No será esta ni la primera ni la última crónica que nazca de la gira «Boicot Tour» del catalán Alizzz (Cristian Quirante). El directo ideado por el de Castelldefels tiene un gancho único y especial; en él se conjugan la rabia contenida más millenial, la garra rock de su más reciente Boicot (Warner Music España , 2023) y un Groove insólito en el panorama musical nacional. Todo ello, respaldado por el ambiente azul y quinqui de una Razzmatazz a reventar. Olía a noche grande.
Para arrancar, PabloPablo, el telonero, salió a escena con una actitud fantasmal. Él solo, con la ayuda únicamente de un teclado y una guitarra acústica, ofreció un potente recital de canciones lo-fi que se movían constantemente entre las sonoridades más oscuras y cerradas, y las más luminosas, en las que llegaban a recordar ligeramente al coloso Jacob Collier. Temas como Azul Zafiro, Números rojos o Mandela Place nos presentaron a un artista estimulante y sin miedo al riesgo a la vez que nos preparaban para lo que se venía.
1,2, 3 y Siempre igual. Alizzz arrancó con uno de sus temas menos escuchado, pero idóneo para presentarse a él mismo y la banda. Las cartas estaban encima de la mesa: actitud y conexión con el público, y el patrón de batería como piedra angular sobre la que se sustenta toda la sonoridad de la banda. Sonoridad groovy, seductora, con la garra exacta y un gusto exquisito en su minimalismo lleno de ear candies. Así siguió durante Superficial y Fatal, aún más inclinadas hacia el sonido bluesero.

Con Salir, el concierto llega a su primer gran momento de comunión con su público, que llegó a cantar incluso los coros del estribillo. Le siguió Todo me sabe a poco, donde Alizzz se conecta ya por completo al espectáculo y consigue transmitir enormemente esa desesperación muda pero agónica. Por contrario, con Amanecer, Razzmatazz se llena de una vibración y energía positivísimas, conformando uno de los momentos predilectios de este humilde intento de reportero.
Tras una parte instrumental con la banda sola encima del escenario, llegan Disimulao y Pierdo el sentido. La conexión es ya absoluta y la energía viaja por toda la sala al ritmo que marca una banda sólida como pocas. Luces de emergencia con su estribillo de balada clásica y Los mejores con su ritmo de reggeatón lo-fi trajeron la calma del concierto. Calma que, evidentemente, precedía a la tempestad.
Llegó el momento más esperado. Las guitarras distorsionadas entraron como un transatlántico al escenario. Que pasa nen fue jaleada como el enorme hitazo y temazo que es, con cerca de 2000 personas desgañitándonos. Se había llegado al objetivo final de Alizzz, se le notaba en la mirada y los gestos que nos dedicaba. Lo había conseguido: nos había llevado a la euforia colectiva. Eso era Alizzz y su «Boicot Tour». La consecución musical de la más pura de las euforias colectivas. Y todo gracias a Que pasa nen y, por tanto, al Baix Llobregat, tierra de Los Mejores.

Una vez conseguida esa cresta de la ola, el resto venía solo. Como si de un incendio musical imparable se tratara, se encadenaron Ya no vales, Antes de morirme, la más celebrada de la noches, y El encuentro, que brilló incluso sin Amaia (que se hace incluso raro oírla en Razzmatazz sin ella). Clase magistral de energía y actitud encima de un escenario. La euforia sigue en su pico.
Pausa protocolaria. Las gargantas del público rugen. Y entonces llega la más deseada por el autor de estas líneas. Todo está bien lo inundó todo. El viaje de casi 10 minutos resonó de una manera precisa: dolorosa sin caer en el drama, abrazadora sin caer en la autocompasión, y sobre todo íntima y liberadora. Como si de lo más personal de cada uno de nosotros llegáramos ahí, todos juntos, a lo más universal, a lo mayor de nuestro ser como humanos. De la euforia a la catarsis. Justo ahí me pareció barato el concierto. Y ya, para acabar, Ya no siento nada, de las de saberse entera y dejarse los pulmones.

¿Qué explicarles más? Un concierto de alguien que, por encima de todo, es un enorme músico con gusto, talento e intuición; además de saber rodearse de una banda apabullante en la que destaca Ferran Gisbert, el guitarrista, sorprendente protagonista con acertadísimos solos en la mayoría de los temas. Casi dos horas de viaje eufórico por canciones te miran, te interpelan y te hacen sentir comprendido y con un lugar propio. Aunque solo sea por dos horas. Gracias eternas a esas dos horas. Gracias eternas a Alizzz.
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