Portada de Nearer My God, de Foxing. Fuente: su bandcamp.
Hacía tanto tiempo que no me levantaba con ganas de escuchar día sí y día también un disco lanzado recientemente. A decir verdad, este año ha sido un poco flojo en cuanto a nuevos álbumes por diversos motivos, que van desde mi percepción personal a un hastío y redundancia en fórmulas y patrones. No es que estemos ante malos trabajos en sí, pero se siente una ligera decadencia que parece desembocar en un incierto y desolador final.
Pero tras toda esa falta de inspiración y actitud hay músicos que siempre cambian las tornas. Hoy me hallo reseñando, no sin dificultad, el disco que más me ha emocionado en todo lo que llevamos en 2018. Nearer My God supone una experiencia que no se debe pasar por alto. Rico experimentalmente y en composición, es una muestra de la capacidad de estos cuatro jóvenes de St. Louis (y sus colaboraciones).
Ya de por sí, la carrera de Foxing es una de las más interesantes de la oleada del “emo revival”, contando con dos excelentes primeros elepés en los que ya abrían sus fronteras al indie y al post-rock. Y todavía estaban preparándose para lo mejor: un disco que es una delicia sonora en todos los sentidos. Su mirada ecléctica los lleva a transformar cada detalle de forma cada vez más innovadora, donde hay sitio para instrumentos y arreglos de toda clase, que podrían funcionar como una hoja de doble filo, pero que se encargan de conformar delicadamente un potente producto.
Dentro de esa descarga de creatividad lo mejor es que al final son buenas canciones que hubiesen funcionado también tan solo con una guitarra acústica y voz. Si a ello les añadimos esa amalgama sonora en un plano absolutamente rompedor y arriesgado nos queda una obra de arte. Ni que decir del apartado lírico. Una de las grandes obras musicales de nuestros tiempos.
Grand Paradise
El martilleo eléctronico da pie a un riff de piano que es aderezado con una juguetona línea de guitarra. La voz en falsete del gran Conor Murphy dirige. La canción se propone en contenerse hasta romper un un gran arpeggio guitarrero. Es ahí donde vislumbramos las raíces introducidas en el emo. Sin ser un disco del género, conocemos sus orígenes, y se nos presentan de vez en cuando con sumo cuidado. El outro condensa toda la potencia melódica en una especie de estribillo de cierre. Este es uno de los temas con más garra y es un inicio que nos traslada a un desconocido desvío hacia la belleza.
Slapstick
Seguimos con el primer single. Slapstick baja con destreza el tempo para ofrecernos una balada que viaja gracias al centelleo de sintetizadores, guitarra y batería. El trabajo de la producción de Matt Bayles (Soundgarden, Mastodon, Pearl Jam…) y Chris Walla (ex-guitarra de Death Cab For Cutie) es abismal, situando unas coordenadas diferentes para cada pedacito sonoro, logrando una atmósfera cargada pero sin nada que la enturbie. En el puente las guitarras cristalinas construyen un ascenso hasta el guitarrero final, que se retuerce en la melancolía. Apagamos las luces.
Lich Price
En una pose mucho más ambiental, la voz de Murphy juega con su eco en la oscuridad hasta que entramos en ese intenso “I just want to feel real love for you” que hace de estribillo. Hay que destacar el uso de cascos para esta maravilla de cedé, porque si no, nos dejaremos muchos detalles por el camino. El puente juega otra vez con las guitarras de cristal y con una batería que nos rompe la cabeza. El clímax se alcanza con un vertiginoso solo de guitarra que estalla como un cohete a reacción. Los gemidos vocales se funden de forma inmaterial…
Gameshark
El pinchazo de locura llega sin pedir permiso. De un claro carácter teatral busca ahogarnos con millones de estímulos simultáneamente. Nos retiene, nos alcanza, nos presiona y nos hace volar. Parece, salvando mucho las distancias lo que Fall Out Boy y Panic! At The Disco intentan muchas veces con estrepitosos resultados. El track se vuelve una orgía sonora en la que casi cualquier cosa vale. Y claro que vale. Pero después necesitaremos descansar.
Nearer My God
Para acabar con la fatiga, el segundo single y la composición que da nombre al disco nos viene de perlas. De un carácter más clásico, es la vertiente más terrenal, más apegada al sonido al que ya estábamos acostumbrados de los de Missouri. Eso no lo hace ser un tema de menor calidad, su gancho pop mantiene la actitud y se convierte en un punto de encuentro con la realidad. Como curiosidad, con su lanzamiento, el cuarteto grabó versiones en japonés, francés, alemán y español, un detalle que incrementa más aún mis respetos hacia el grupo.
Five Cups
La odisea de nueve minutos titulada Five Cups es una oda, tanto compositivamente en cuanto a producción, al torrente creativo de Radiohead con Ok Computer (1997) y Kid A (2000). Sosegada, en un etéreo prisma, Murphy comparte labores vocales con el guitarrista Eric Hudson, ofreciendo un contrapunto muy interesante. Hacia la mitad cae de forma espeluznante hacía un vacío que no llega a reconfortar y que dibuja rastros cromáticos a través de las voces. Un viaje espiritual que es recogido por unas trompetas del más allá, un cuadro en el que quedarse absorto. Belleza en estado puro.
Heartbeats
El desconcierto sigue en la segunda mitad con la introducción de una sección de cuerda que imita las piezas que se utilizaban para el cine durante los años 20 y 30. Por momentos me ha venido ese magnífica conclusión con Good Night del álbum blanco de The Beatles (1968). Esta, sin embargo, es mucho más agresiva, o más rítmica si se quiere. La labor de Jon Hellwing a la batería es de nuevo uno de los tantos puntos álgidos que encontramos entre las diferentes capas sonoras. Curiosa es la forma en la que los arreglos de cuerda enriquecen el sabor pop del estribillo con ese desorientado “You are not in love”. Un pedacito de corazón que se nos queda por el camino. Parece que ya no pueden sorprender más.
Trapped in Dillar’s
Ups. Nos la han colado. Si hay algo que hay que recalcar del disco, es que con uniformidad, lleva a las canciones a sus límites, añadiendo elementos que divergen su marco sonoro, contribuyendo a que el álbum no deje de fantasear con esos detalles y arreglos, haciendo la experiencia más viva, más extrasensorial a medida que pasan los temas. Aquí parece que el juego se desmarca con unos sintetizadores de regaliz que endulzan coloridamente la estampa. El bajo, algo descarado serpentea de un lado a otro y de nuevo confirma la calidad melódica en esos estribillos de ensoñación, un reclamo perfecto para puedan sentirse algo apesadumbrados con tanta cosa. Una chuchería.
Bastardizer
El arpeggio acuoso que nace en allá en los ochenta con la labor de The Cure, clava sus notas en otra zona menos volátil, sin irse por las ramas, es una canción directa de indie rock con toques post y shoegaze. También recuerda a R.E.M y su Everybody Hurts. En ella existe espacio para alguna caricia por secciones de viento, y un outro muy pegadizo a lo Brand New. Pero lo mejor está en el final ¡Gaitas! ¿Cómo qué gaitas? Espectacular.
Crown Candy
Las guitarras acústicas son los pilares de una composición insólita. A veces te lleva hasta un punto y luego gira ciento ochenta grados para dejarte en un área totalmente diferente. Los estribillos combaten contra los pre-estribillos, dando como resultado un contrapunto versátil y pegadizo.
Won’t Drown
Empieza tranquila pero carga con destreza al poco de tomar contacto. Las guitarras platean con brillo fosforescente con marca math, una seña que Foxing lleva bajo el brazo desde sus orígenes. En el puente, sentimos un vaivén que nos domina y que se expande como fuegos artificiales hacia el final.
Lambert
Decimos adiós con tristeza pero satisfechos por todo lo que hemos vivido en estos doce tracks. Para cerrar tenemos esta pieza sacada de un antiguo libro viejo, con las páginas amarillas y las letras borrosas. Un epitafio digno de la grandeza de Nearer My God. Post-rock que acaba dolorosamente con la frase “Gave a note back from the other one to tell them all to go home”. Un desenlace abruptamente maravilloso.
Conclusión:
Foxing se ha propuesto con grandísimos resultados, elaborar una pieza de arte en la que todos los elementos, de una variedad enorme, confluyan con un solo fin. Es la madurez que pedimos y necesitamos, es esa chispa en el riesgo, pero ejecutada de la mejor manera, una visión inteligente y solemne. Cada paso dado en este elepé confirma la grandiosidad que todavía persiste en la música rock, sin miedo a desvanecerse en el intento. Coged unos buenos cascos, cerrad las persianas y flotad. Para mí estamos ante uno de los mejores trabajos de este año. Pura evolución.