
15 de agosto de 1969, una fecha remarcable. Tal día como hoy hace 50 años daba comienzo el festival más famoso de la historia: el Festival de música y arte de Woodstock. Más de 400.000 personas ataviadas con diademas florarles y coloridos ropajes asistieron a aquella bacanal en una granja de Bethel, Nueva York, para entregarse en cuerpo y alma al más puro hedonismo. Música, alcohol, drogas, sexo desenfrenado y lemas pacifistas se fusionaron en un evento que marcaría no solo un hito en la música popular sino también en la consolidación del movimiento hippie.
Estaba programado que el festival durase hasta el 17 de agosto, pero las peticiones eufóricas de los asistentes desmelenados consiguieron que se alargara hasta la madrugada del 18. Durante ese tiempo, bajo una intensa lluvia que no consiguió detener aquel desmadre, se representaron 32 actos; por el escenario pasaron eminencias como Janis Joplin, The Who, Jimi Hendrix, Joe Cocker, Richie Havens o Creedence. A pesar de la ausencia de artistas como Bob Dylan, Simon and Garfunkel o Jeff Beck (quien canceló su asistencia en el último momento), la calidad musical del festival fue inigualable; bailes, vítores, carcajadas y estridentes aplausos fueron la prueba de que los organizadores habían dado en el clavo con la cartelera.
Sin embargo, el evento distó mucho de ser una burbuja idílica de amor y armonía. El anhelo de aquella generación con conciencia anti-consumista, ecologista y anti-bélica no fue suficiente para frenar desgracias que ocurrieron allí dentro.
Por paradójico que parezca, todo aquello nació como un negocio. Las reivindicaciones anticapitalistas de la contracultura imperante del momento fueron engullidas por la necesidad económica de cuatro jóvenes que querían recaudar dinero para montar un estudio de grabación. John Roberts y Joel Rosenman, los encargados de organizar todo el tinglado, tenían la intención de establecer su empresa en Woodstock –de ahí el nombre del festival– ya que era el hogar de los músicos más célebres del momento.
Para reunir el capital necesario decidieron montar el festival en dicho pueblo, pero ante la negativa de los vecinos se vieron obligados a cambiar de planes. Tras una conversación con Max Yasgur, el propietario de la granja de Bethel, y una cuantiosa suma de dinero pagado después, los socios tuvieron vía libre para explotarlas 250 hectáreas con las que contaban. No obstante, los problemas con el dinero iban aumentando a medida que pasaba el tiempo. Las ganancias obtenidas mediante la venta de entradas (7 dólares por un día, 13 dólares por dos y 18 dólares por los tres) no fueron suficientes para amortizar los gastos del festival y sus promotores acabaron con una deuda de muchos ceros.
«Decir que Woodstock fue un abismo financiero es una forma suave de decir las cosas, si se ajustan las deudas con la evolución de la inflación, las pérdidas fueron de unos 10 millones de dólares» fue la confesión de Rosenman a la revista Classic Rock. Necesitó 11 años para pagar todas las deudas del festival.
Los artistas recibieron 15.000 dólares cada uno, salvo Hendrix que empezó exigiendo 50.000 y fue rebajando hasta los 18.000. Eso, más el alquiler y la restauración del terreno, los gastos en transporte, comida, agua, construcción de las infraestructuras y un largo etcétera fueron los motivos que hicieron de Woodstock un fracaso económico. Además, muchos de los músicos como Joplin o The Who exigieron un pago por adelantado, actitud que fue duramente criticada por los fans cuando salió a la luz.
El segundo problema al que tuvieron que enfrentarse los organizadores fue el aforo. En un principio se estimaba la asistencia de unas 60.000 personas. Nada en comparación con las 400.000 o más (mucha gente se coló) que finalmente asistieron. Esto causó un colapso del recinto y que muchos de los cantantes tuvieran que ser trasportados allí en helicóptero. Las provisiones de comida y agua se agotaron el primer día y tuvieron que pedir más, hubo peleas entre los músicos, el descamado se convirtió en un barrizal por las tormentas, murieron tres personas. Y mientras, la masa de jóvenes exultantes, ajena a todas las contrariedades, disfrutaba de aquellos días como si el mundo fuera a acabarse.
En definitiva, Woodstock fue una vorágine de emociones para todo el mundo y se convirtió en el icono de una generación que aún late a día de hoy. Tal y como se dijo en la revista Time al terminar el festival, “esa espontánea comunidad de la juventud de Woodstock es el material del que están hechas las leyendas”.