Nos encontramos hoy a mitad de julio. También a mitad del verano y un poco más allá de la mitad de uno de los años más raros de nuestras vidas. Cierto es que, decir esto habiendo aún gente viva que ha vivido hasta dos o tres guerras y una dictadura es un poco como el meme del perro grande y el perro chiquito. Pero bueno, realmente cada uno tiene sus dramas y los vive como puede y quiere.
Y, como una de las cosas que más me gusta en este mundo es quejarme, justo vengo a hacer eso. Pero no solo a eso, vengo a reivindicar que vivimos en un país de gilipollas, en el que algunos gilipollas un poco más listos nos mean encima y nos dicen que llueve. Y nosotros, que somos más cortitos que la cantidad de delitos imputables, (que no reales, ojo, esa lista sí que es larga), a un corrupto que ha sido rey, pues vamos y nos lo creemos.
Lo cierto es que podría aplicar esta filosofía a muchísimos aspectos de nuestra historia reciente, pero me gustaría hacer un especial hincapié en lo que, en cuanto a esta página se refiere, es el late motiv.
Sí, hoy, dieciséis de julio de dos mil veinte, vengo a hablaros de todos los gilipollas de la movida ochentera que siguen flipando con el 5G y las vacunas cibernéticas comunistas narcobolivarianas que nos van a dominar el cerebro de modo que vayamos todos al infierno. O algo así.
En realidad no tengo mucho que contar sobre el tema porque, a día de hoy probablemente conozcáis tanto los detalles como a los involucrados, a quienes voy a omitir con tal de no tener que verme en la tesitura de visitar un juzgado como acusado antes de poder ir para reclamarle a mi padre el dinero de la pensión que no me paga desde hace 13 años. Pero sí quiero disertar sobre los riesgos que tiene el creer a ciegas a alguien famoso por, simplemente eso, ser famoso. O famosillo, que ya a algunos les hace falta alguna viagra hasta para que se les levante el reconocimiento…
Quienes me conocen saben que soy una persona escéptica para con la palabra de Dios. Que oye, yo respeto a quienes sí creen pero, por mi parte, Harry Potter, cuyo autor o autora desconocemos, es una mejor historia de fantasía que La Biblia. Sin embargo, lo que no pertenece a la fantasía son los hechos y datos contrastados.
Hechos y datos que nos han sido presentados de forma accesible y fácil de entender. Tanto, que hasta alguien con la inteligencia justa para no cagarse encima al mismo tiempo que respira podría entenderlos. Pero, aún así, y esto es algo que me cabrea especialmente, el momento en el que la política rancia y ventajista se aúna con algún que otro pollavieja que vive de sus éxitos pasados, los datos y los hechos contrastados pasan a un segundo plano y comenzamos a vivir en un nuevo capítulo de Mundo Desconocido.
Sinceramente, entiendo que algunos quieran seguir siendo el rey del glam, pero conseguirlo a base de esparcir bulos con el fin de “debilitar” un gobierno con una ideología contraria a la suya, mientras hay gente todavía sufriendo las consecuencias de los hechos y los datos contrastados, me parece motivo suficiente para cogerlos por la solapa y decirles: “Mira, te comento”.
Con todo esto, y os lo vengo a sintetizar, es que por muy bien que os caiga x artista, por mucho que os gusten sus obras, por más que os hayan ayudado a salir de un pozo u os hayan servido para superar las adversidades de la vida, son eso, artistas. Y mi opinión personal, que no correcta sino eso, personal, es que deberían quedarse en su terreno. A menos que alguno sea realmente experto en el tema del que habla, como Tom Morello, graduado con honores en Ciencias Políticas por Harvard además de ex guitarrista para Rage Against the Machine.
Podemos disfrutar de las obras que nos gustan sin necesidad de comulgar con las ideas de quien las haya producido, os lo digo yo, alguien a quien le encantaría poder conjurar un bollo de crema en mis narices al mismo tiempo que admite que las personas transexuales merecen el mismo respeto y los mismos derechos que el resto de los mortales.