Arranco estas líneas de mi primera aportación en esta plataforma por 6ª vez intentando armar una reflexión más o menos ordenada sobre un problema actual que, en realidad, lleva toda la vida con nosotros. Permitidme empezar esta -espero que última- acometida con algo ligeramente personal.
Un de mis películas favoritas es la encantadora Midnight in Paris, en la cual, bajo la batuta de Woody Allen, el bueno de Owen Wilson encarna a un guionista de éxito que sueña con ser un novelista de los que marcan época emulando constantemente a la Generación Perdida (Hemingway, Fitzgerald, Dos Passos…) a la par que critica duramente a su actualidad literaria. La sorpresa salta cuando, a partir de un inexplicable (e inexplicado) viaje en el tiempo, contacta con esos héroes y se da cuenta de que la sensación de estos genios sobre su panorama cultural es la misma: el rechazo al presente y la idolatría a un pasado no vivido; vamos, el eterno relato de cualquier tiempo pasado siempre fue mejor.
De esta manera, la película encierra el sinsentido de este sentimiento de anhelo irracional que lo único que consigue es evitar que el propio individuo goce de nuevas vibraciones artísticas que están surgiendo en su misma actualidad (que el tiempo acabará ensalzado como clásicos) y, de paso, crear en él una rabia y enfado constantes que le acercan cada vez más a su inevitable naturaleza real: un carca. Además, queda más que clara la transversalidad histórica de esta mentalidad que, más que un punto de vista, tras más de 2000 años de historia, tal vez convendría empezar a llamarla lacra.

Para los que no hayáis abandonado ya este artículo/ensayo/reflexión/insertenombreaquí, tranquilos; ahora empiezo a hablar de música.
Esa lacra que tan bien exponía el neoyorquino en la gran pantalla inunda por todos lados la actualidad musical. Podríamos alargar este escrito ad eternum si quisiéramos, pero voy a intentar basar esta defensa de la actualidad musical desde dos vertientes principales: la de géneros y la tecnológica.
Empezando por esta última, abordemos el tema de los vinilos. Vaya por delante la obviedad de que la música suena mejor en tocadiscos. Siempre, sin posibilidad de excepciones. Por tanto, el reciente dato publicado por multitud de medios sobre que la venta de vinilos ha superado a la de CDs por primera vez en 40 años es un buen dato. Ahora bien, acompañar el halago a los LPs con una crítica sistemática a las técnicas modernas de escucha musical es, sencillamente, un error y una actitud muy…exacto: carca.
Claro que la pureza de la voz, los matices de intensidad de la batería, el brillo de los metales o el peso del bajo se escuchan infinitamente mejor en un plato de discos, pero nunca se ha hablado de la maravilla de autoponernos banda sonora a la vida. Spotify, Apple Music o las canciones descargadas que tengamos en cualquier forma posible consiguen eso. Vestir el día a día, la mundana vida a pie de calle de los acordes más acorde a tus emociones de ese mismo exacto instante es un auténtico regalo de la nueva tecnología; y, digo yo, habrá que valorarlo. Vivir en un eterno videoclip nos consuela del desastre de vida que muchas veces nos acompaña. Digo yo, habrá que valorarlo.
En definitiva, dejemos de hacer competir alternativas y empecemos a disfrutarlas a la vez, tiene pinta de que nos irá algo mejor y seremos más felices.
Siguiendo la línea de esta máxima, abramos ahora el melón de los géneros musicales, va…
Quiero dejar claro antes de nada que creo que la realidad que me dispongo a denunciar lleva unos pocos años virando hacia un enfoque mejor; aun así, sigue siendo una corriente casi con tanto peso como sinsentido.
El rock no es mejor que el reggaeton, el jazz no es mejor que el trap, el rap no es mejor que el dembow y el rythim and blues no es mejor que el dubstep. Además, Guns & Roses no es mejor que C. Tangana, Clapton no es mejor que Billie Eilish, Chet Baker no es mejor que Lola Índigo y Eminem no es mejor que BTS. Y no acabo aquí, Bohemian Rhapsody no es mejor que Contando Lunares. Solo son músicas distintas de épocas distintas que, por tanto, expresan sensibilidades distintas.
Tras los paros cardíacos provocados, sigamos. La música, mucho más que cualquier forma artística, está en constante sintonía con las vibraciones y sensibilidades de la actualidad mediante una simbiosis inmediata en la cual, a la par que influencia enormemente a la juventud, se ve influenciada por la misma.
Esto ocurre principalmente por el consumo constante y absoluto de música a nivel planetario y a la (cada vez más) corta edad de las nuevas estrellas musicales. Si todo el mundo está a todas horas y en todas partes escuchando música, triunfa quien más se adapta al ritmo vital que mueve el día a día y para eso, nadie como los jóvenes; lo que provoca a su vez que nuestros oídos y cerebros se empapen de las ideas artísticas de la gente joven (incluso adolescente). Simbiosis. Círculo vicioso.

Comparemos, para acabar de entender esta postura, el fenómeno musical de los años 90, Nirvana, con el fenómeno musical del año pasado, Billie Eilish.
La más que legendaria banda nace a principios de la última década del siglo XX en medio de un contexto histórico-social inestable definido por la caída del muro de Berlín, el SIDA o la aparición del Internet primitivo, entre otros. Cabe añadir la situación completamente marginal que la escena musical de Seattle (ciudad originaria del grupo) sufría frente a ciudades como Los Ángeles o Nueva York, que centraban la atención mediática gracias a acoger a las ya establecidas y legendarias bandas de hard rock que monopolizaban la industria ahogando cualquier nueva idea.
La reacción era inevitable; la rabia, la suciedad, los gritos, la oscuridad y, en última instancia, el suicidio. Pero un suicidio tremendamente violento en medio del caos, haciendo ruido, como clamando con un último grito desesperado una mínima muestra de la atención que no se le había concedido ni un solo segundo de su vida. Grunge. Nirvana.

En contraposición, la actualidad. Prácticamente lo contrario. Sobre-protección, atención desmedida que acaba derivando en expectativas inalcanzables, indecentes cantidades de información, ultra-estimulación; ¿explotación involuntaria? La respuesta, de nuevo, inevitable. Pero contraria. En este caso, ante el ruido; el silencio, el destierro hacia uno mismo, la apatía, la rendición, la abulia, el dolor, la necesidad de escaparse y, en última instancia, el suicidio. Pero un suicidio discreto, fuera de los focos y por la puerta de atrás, como rogando por un momento de paz -esta vez, eterno- que no se le había concedido ni por un solo segundo en su vida. Trap. Billie Eilish.

Solo son músicas distintas de épocas distintas que, por tanto, expresan sensibilidades distintas.
Dejemos atrás el odio y los prejuicios. Bajemos de los altares a The Beatles y los vinilos y, como si de una dionisíaca fiesta del siglo XXI se tratara, disfrutémoslos. Disfrutémoslos junto a Bad Bunny, Love Of Lesbian, J. Balvin, Amaia y nuestro Daily Mix de Spotify. Que seguro que se llevan bien y podemos disfrutar y emborracharnos todos juntos.