Arte. Música. Tormenta.
Un trinomio insoluble llevan desde el primer amanecer intentándonos alumbrar un camino que probablemente lleve a ninguna parte. No hay arte sin música y, sobre todo, no hay arte sin tormenta. Curiosamente, esa lumbre nace de la tormenta, de la oscuridad, de la rotura más tempestuosa del alma humana. Creamos desde nuestra destrucción. Y esa autodestrucción destruye todo a su vez. Incluso las reglas. Incluso los estribillos.
Al igual que la poesía rompe su métrica, la narrativa se carga a su narrador y la pintura destroza sus formas; la música necesita desligarse de las cadenas estructurales que lo atan a una tradición y; que sí, que funcionan; pero no impactan y, a menos que consigan ofrecer canciones realmente brutales, están condenadas al olvido (y mucho más en estos tiempos de velocidad endemoniada de la industria).
Esa rotura de esquemas viene inevitablemente derivada del alma turbulenta de un músico. Alma en constante movimiento, captando millones de estímulos, viviendo a flor de piel y desgastándose contra el suelo. Esa intensidad es compleja de controlar, hay quien no puede (luego lo veremos) y hay quien sí. En cualquier caso, sentir así, romper así con todo lleva inevitablemente a partir en dos las normas; y el primer objetivo es obvio. Llega el fin de los estribillos.
Como decía, hay músicas y músicos capaces de gestionar ese espíritu intempestivo y canalizar sus violencias internas de forma sutil, delicada y, especialmente, irónica. Sutil, delicado e irónico, efectivamente, estamos hablando de Juan Perro, nuestro gentleman, Santiago Auserón.
Un maño que conquistó la Movida con una mezcla de chulería y sabor latino y licenciado en filosofía. Estaba destinado a dejar huella. Tras la revolución que significó Radio Futura, bajo el alias de Juan Perro, Santiago empezó a inmiscuirse en las entrañas primero de la música cubana (tremendo discazo su Raíces al viento de 1995), más adelante en el blues más puro en Mr. Hambre (2000) o también el country en Río Negro (2011).
La unión de la rabia del espíritu que Auserón cosechó en su juventud entre locales y fiestas mayores, y el control y sutileza adquiridos a lo largo de toda su trayectoria en solitario dio como lugar un resultado genuino: El LP El viaje (2016).
El viaje es una colección de perlas pequeñas, únicas y delicadas que, bajo su precisa apariencia, encierran un universo de pasiones nacidas de las tormentas. Obviamente, hay rotura por todos lados, para empezar, en la instrumentalización que consiste simplemente en la voz y la guitarra de Juan Perro. Pero no acaba ni de lejos aquí; el maño juega sin freno con su voz pasando de canto a interpretación casi actoral en medio de un tema, baila entre muchísimas dinámicas con las seis cuerdas de su guitarra y remueve el juego lingüístico de sus letras sin control.
De todas esas perlitas que conforman tal álbum, una nos atañe en nuestro análisis de los estribillos; no hay duda, Canción sin estribillo. El concepto del tema es magistral: una crítica reflexionada sobre la inmediatez de la sociedad entera concretada en la figura del estribillo musical. Santiago, desde un tono alegre y jovial, como si de un burlón de corte del S.XII se tratara, destroza absolutamente todo ese edificio social metaforizado en la idea de chorus con un mantra preciso y precioso:
«Por eso canto una canción sin estribillo en vez de un estribillo sin canción.»
Realmente brutal. No se puede encerrar más en menos. Ante una sociedad que Auserón describe como perdida, ennortada y que es inacapaz de atravesar la superficie de lo que vive- «un estribillo sin canción»-; él se distancia de todo y se zambulle en la realidad que le envuelve rompiendo con todo. Y se ríe. Y canta una canción sin estribillo (casualmente Canción sin estribillo), mucho mejor que un estribillo sin canción. De verdad, esuchadla:
Así se mata al estribillo como un auténtico caballero. Podría haber sido la táctica de un tal Francisco de Quevedo, pero ha sido la de un tipo que gritaba aquello de «Hace falta valor.» No sé si pretendo equipararlos, tal vez sí; pero, dos genios.
En el otro lado; el descontrol, el caos, la entropía positiva, la fiereza, la mirada perdida y los ojos tensos en eterno conflicto. Sí, me habéis pillado: estoy hablando de Iván Ferreiro.
Nada voy a ser capaz de aportar del animal gallego. Su vida para con la música es completamente única, inimitable e inigualable. Se funde con los sonidos de sus canciones y deja salir toda la violencia de esa alma que antes hemos descrito (y que él, naturalmente, tiene) como un torrente de energía que va más allá de su curiosa manera de cantar, llega a sus gestos, su respiración, sus miradas y -dejadme ponerme un poco ñoño- su aura. Para muestra, mirad por favor a partir del minuto 3:38 de esta mítica actuación con Santi Balmes:
No nos extrañará que en ese averno interno que Iván se dedica a sacar sin ningún tipo de filtro, los estribillos desaparezcan. He dudado muchísimo sobre si ejemplificar esta cualidad del gallego con la canción que he acabado eligiendo porque se trata de un absoluto tótem de nuestra historia de la música más actual; pero no he podido resistirme. Por favor, permitidme escribir sobre Turnedo.
Creo que no hay mejor ejemplo de cómo una desinhibición musical absoluta es capaz de, mediante -entre otras cosas- eliminar los estribillos, ofrecer las entrañas de las emociones de la canción de forma que llegue e impacte tantísimo al oyente.
El tema nace abajo, con un Ferreiro que suena a fiera que se despierta. Los primeros versos de su himno nacen de su garganta y ya dejan claro que el lenguaje es espontáneo, no hay versos concretos de enorme belleza; es lo que sale directamente de una mente compleja en disputa como la de Ferreiro. Pero el corazón de la canción no es su letra; es su energía.
Una energía no hace más que crecer y crecer en la canción pero sin fuegos artificiales, hay rabia, hay violencia y sobre todo hay mucha contención, pero una contención que se nota que no va a ser capaz de aguantarse. Todo ello, sobre una misma base machacona que nos arrastra con la banda al suelo y casi no nos deja respirar. Ferreiro se conoce, está hablando de una relación turbulenta que ya acabó y no quiere explotar, se puede escuchar su voz frenándose. El freno no aguanta más y, antes de reventar, para del todo y lo expone en la letra: «dejemos que corra el aire y digámonos adiós».
Pero no. El hígado le quema demasiado a Iván y vuelve a la carga, esta vez, lleno de reproches que no tardará en escupir. La banda lo nota, el animal, que parecía dormido, ha vuelto a despertar en seguida; así que, tras un parón, el tema parece que va a volver a crecer desde muy abajo de dinámicas pero no. El break y la vuelta al tema de la banda en el minuto 1:31 es apoteósica que, además, coincide con la frase «es algo que llevas dentro». Ese «dentro»… no es por darme importancia, pero os lo dije…
La canción acaba una segunda vez con la explosión absoluta de Iván y la carga de reproches- «¿quién no tiene el valor para marcharse?» – el dolor de la herida aún abierta en el cuerpo de Ferreiro la hemos sentido todos en apenas 2 minutos; y sin estribillos, porque, ¿quién los necesita cuando la expresión ha sido tan humana y real?
Pero el as de debajo de la manga aún no ha salido… Ferreiro se lo ha estado reservando para este instante exacto. En el minuto 2:20 empieza la que probablemente sea la instrumental más mítica del indie español. Iván se calla y, una vez dada la vuelta a todo, se la da una vez más. Ya no nos está gritando su alma desde el suelo, ahora nos arrastra hacia él y, en un baile de metales sobre dos únicos acordes rectos de más de dos minutos, nos empuja contra un espejo y nos enfrenta a nosotros mismos. Ahora nosotros somos él, ahora nosotros somos nuestro reflejo. Ferreiro nos ha dado su alma y esta nos ha explotado en la cara. Nos ha destrozado. Y sin estribillo.
¿Este artículo no va un poco en contra de los dos anteriores? , ¿o incluso rompe su base por la mitad? Seguramente, sí. Pero vamos, si Turnedo ha destrozado tantísimos corazones desde su publicación en 2005, ¿cómo no va a ser capaz de desmontar 2 artículos sueltos de un plumazo?
Por lo pronto, dejo que Santiago Auserón e Iván Ferreiro finalicen también mi Lupa Al Estribillo. Tremendo honor, por favor, más faltaría… La semana que viene más, espero que mejor y, seguramente, distinto. O tal vez no tanto. Quién sabe algo. Hasta la vista.
Jajajajaja…
Graciosísimas tus palabras…
¿Quien dices que es Ivan Ferreiro?
Me gustaMe gusta