Amagado bajo la camisa de una estrecha callejuela frente al imponente Palau de la Música Catalana, se descubre el Antic Teatre. Uno tiende a ir buscando la belleza inesperada en una ciudad como Barcelona; y aun así, toparme con semejante preciosidad de lugar, me dejó embobado. Tal y como ocurrió con el propio concierto de la magnífica mexicana Silvana Estrada.
Unas ligeras melodías de bossa nova amenizaban la espera del público a la salida de la anfitriona. La minimalista puesta en escena preparada para este Secreto A Voces (cortesía de San Miguel) parecía intentar seducirnos solo como los buenos conciertos lo hacen. Y así fue.

Silvana Estrada apareció casi sin darse importancia, vestida de una naturalidad contagiosa; pero dispuesta a regalarnos una hora de auténtica música y maestría vocal. El agua y la miel arrancó el concierto con incertidumbre y misterio para que el dominio vocal de la cantautora empezara a destacar. Y ya no dejaría de hacerlo ni un solo segundo. Le siguieron las alegres raíces mexicanas de Carta y el naif pero real dolor de Tristeza para conseguir la conexión absoluta con el público. Sencillez, calidad, hipnotismo y verdad.
Estrada va entremezclando de manera ordenada y orgánica pequeñas historias sobre las composiciones de las canciones entre los temas de manera que conocemos un poquito mejor Al norte y cómo destaca por ser optimista sobre el amor o Sabré olvidar nos roba un pedacito de alma con las estrofas finales a capella. Le llegó entonces el turno a una de las perlitas del concierto: Marchita irrumpió en el escenario, tras ser presentada por su autora, como una dulce aguja que nos atravesaba poco a poco sin llegar a hacernos daño. Una canción bañada en la raíz de los boleros que habla de Silvana Estrada, pero que también habla de ti y de mí. Por si eso fuera poco, la mexicana nos hizo el regalo de fusionarla con La llorona.
El sutil trabajo de la iluminación con solo 4 focos vestía a la perfección la actuación que seguía bailando suavemente montada sobre el increíble registro vocal de Estrada a la vez que sus mayores éxitos iban apareciendo. En Se me ocurre pidió la colaboración de coros de todo el público para poder lucirse cantando una de sus mejores letras y Si me matan se erigió como el momento más emotivo de la tarde por su crudeza para con el compromiso feminista que dejó la sala completamente compungida.

Las últimas dos canciones venían con sorpresa incluida. La protagonista de la tarde noche presentó, visiblemente emocionada, a la que iba a ser la colaboración del dúo de temas final: la también mexicana, Fuensanta, que estaba infiltrada entre la audiencia. La amistad que une a ambas cantantes desde la infancia flotó en el escenario de mil colores distintos.
Con Te guardo, ambas voces comparten una delicadeza que hiere y sana a la vez, con cúspide en 2 minutazos finales de gorgoritos a capella sencillamente indescriptibles. Por suerte, el concierto acaba con un enorme rayo de sol como Tenías que ser tú, en la que las dos voces se fusionaron con las felices palmas de un público reducido pero entregado.

Ese rayo de sol fue el final de una actuación luminosa. Una luz variable, intermitente, algo más intensa a veces, casi invisible otras; pero siempre presente. Siempre suave. Siempre tenue. Una luz tenue que nos calentó ligeramente y bañó de un sabor musical único la lluviosa tarde de Barcelona del 4 de agosto. El sabor musical único de la increíble Silvana Estrada.