Quique González saca nuevo álbum y una sensación de celebración recorre la música española como una corriente de viento a lo largo y ancho de los valles segovianos. Y no es para menos, las 11 canciones que conforman Sur en el Valle nos acarician – a puñetazos, a veces- en un baile de claroscuros constantes en el que Quique suena probablemente más a Quique que nunca.
En la propia canción que inicia el disco, Sur en el Valle, se observa a la perfección el mapa sonoro de contraste de luces que el madrileño ha diseñado. Arranca seca, muy rítmica con una acústica grave que acompaña a la voz, oscura y desafiante. Y entonces, el sol entre las nubes. De forma casi imperceptible, el músico nos lleva de la frondosidad al aire en el pulmón. La música se abre a medida que los acordes mayores van tomando el control y la melodía, iluminándose. Todo, para volver a la nebulosidad tras el estribillo. De la misma manera funciona el primer sencillo Puede que me mueva; y todo el álbum.
Quique González controla esa vertiente más cerrada a través de la seca producción de los bajos y contrabajos, de las acústicas muteadas, de las eléctricas distorsionadas y rítmicamente fuera, de las baterías y de la voz, sorprendentemente intérprete. Y a través también de unas armonías que tensan las canciones mediante acordes menores e inestables. Las claridades se sustentan en la apertura de las propias acústicas, los fraseos limpios de las eléctricas y, por encima de todo, Nina.
Los coros de Carolina de Juan (líder de Morgan) son un soplo de brisa fresca cada vez que aparecen, colocados sutilmente solo allí donde se necesitan; uno de los mayores aciertos del LP. Y, ¿qué decir de la voz de Nina? Trocito de cielo en forma de música.
El equilibrio entre ambas sonoridades se desarrolla orgánica y natural gracias a la unidad que le dan las letras. Para hablar de las letras de este álbum seguramente haría falta una publicación a parte, pero haré lo posible:
Las letras son lo mejor del disco; Quique prescinde por completo de cualquier narrativa y plasma un paisajístico óleo de imágenes concretas que profundizan lentamente en el costumbrismo del alma humana y las relaciones personales de todo tipo. Además, todos los versos están teñidos de una ambigüedad extraña gracias a la cual unx siente que ha vivido lo que escucha sin acabar nunca de entenderlo. Marca de la casa.
Conceptos como «Una actriz con los plomos fundidos saltando del trampolín», «Siempre que dices «nunca» olvidas algo que pasó», «Cabalgando a lomos de la luz de la luna»,«La luz de la luz del tornado» , «Sales a la plaza y ves que estás fuera del cuerpo» o (mi favorita personal) «Las cicatrices de tu autorretrato» son solo algunos de los cientos de ejemplos de versos confeccionados para impactar de frente a la vez que necesitar de unas cuantas vueltas de reinterpretación para paladearlos y captar ligeramente su esencia tan ambigua como directa.
A través de las letras, el disco huye de las canciones redondas a las que apuntaba el madrileño con Me mata si me necesitas (2016) y opta por las canciones experiencia más en la línea de Delantera mítica (2013) o Las palabras vividas (2019) -este último, un escaloncito por debajo-.
Sur en el Valle plantea 11 canciones a fuego lento con un constante sabor a madera que se componen de versos que, en las primeras escuchas, gozan de una entidad propia que saborear individualmente en vez de entenderse como piezas del conjunto mayor que es la canción. Jade seguramente es la canción que más escapa de este tipo de temas y se conforma como una canción directa, redonda y brillante, el hit del álbum. No extraña, por tanto, que saliera como segundo single.
Es a partir de las diversas escuchas, que las canciones empiezan a tomar forma. Como si las palabras se ensancharan entre los silencios que Quique ha ido dejando conscientemente como pequeñas semillas y las estrofas, estribillos y puentes fueran conformándose en nuestros oídos.
Pese a la importancia de las letras, la apuesta musical no se queda atrás. El LP evoluciona el sonido americano que Quique González heredó en su experimental Daiquiri Blues (2009) y lo mezcla suavemente con la vacuidad del anterior disco (se nota ahí la mano del director musical Toni Brunet) y la vena rockera de los primeros trabajos del madrileño.
De la calma melancólica de Tornado o Los amigos se van, se pasa a algunos medio-tiempos más luminosos como Jade o La tripulación y a canciones más grandes y complejas como Lo perdiste en casa, Amor en ruta o la increíble Alguien debería pararlo, con una instrumental final que seguro brillará en directo. Se conforma así un disco que, sin ser excesivamente variopinto, ofrece diversidad dentro de su sonoridad propia.
En definitiva, Sur en el Valle es un disco de Quique González que nos entrega lo de siempre (y que nunca deje de hacerlo): una colección de canciones que requieren de múltiples escuchas para ser apreciadas y reconstruidas como merecen, y que seguro que seguirán creciendo con el tiempo; con unas letras absolutamente impecables en su ambigüedad clarividente; y con una musicalidad que, bailando entre claroscuros constantes, rezuma ese sabor a rock añejo y pausado, roble y vientos que recorren paisajes anchos y preciosos. Vientos del sur en el Valle.