Empieza una tarde especial de Viernes Santo para los seguidores del post punk. Muchas veces, erróneamente, se suele menospreciar la cantidad de personas que siguen esta escena, como si fuera extremadamente minoritaria. En la sala Apolo, no obstante, se puede ver todo lo contrario, personas de todos los estilos: desde el chico veinteañero con barba, gafas de pasta y camisa, hasta los metaleros más clásicos, de pelo largo y camisetas de Death. Viendo a Viva Belgrado se juntan todos ellos y se respira un ambiente de esos que tanto echábamos de menos.
La velada arranca con uno de los grupos del género que más han crecido estos últimos años, los barceloneses Medalla, que, pese a jugar en casa y tener a algunos incondicionales entre el público, toparon con una audiencia que aún no había despertado, pese a tener buen sonido y mucha energía en el escenario. Algo, por desgracia bastante común entre los teloneros de prácticamente cualquier concierto. Pese a eso, los catalanes presentaron en el escenario su propuesta sólida y su ejecución, más que notable. Podríamos decir que, el directo de Medalla, pese a ser una banda de un estilo similar a los cabezas de cartel, es, en esta ocasión, su antónimo. Mucha energía y movimiento y buena comunicación con el público pese a que este observe, expectante, sin atreverse a empezar con los pogos.
Y ahora sí, salen al escenario los cordobeses, silenciosos, sin introducción, ni juego de luces, ni falta que les hace. Con los primeros acordes de Un Collar, el público ya está entregado a la banda, gritando cada una de las palabras de la canción. El primer tema, publicado en Bellavista, su último álbum, es perfecto para empezar el concierto, con una estructura tan peculiar que atrapa tu atención.

La presentación en directo de Viva Belgrado es tan distintiva como su música. Y es que, para bien o para mal, el conjunto cordobés tiene un sonido único, que les hace ser el nombre más grande de su género en nuestro país. Los cuatro integrantes de la banda parecen personas extremadamente introvertidas pero con un talento excepcional para hacer canciones y altas dosis de perfeccionismo. Eso es algo que no esconden en el escenario. Es habitual ver individuos que se transforman una vez pisan un escenario, pero ese no es su caso, son transparentes. Cándido Gálvez , el vocalista, se aferra a su posición en el lado derecho de las tablas, prácticamente ladeado al público, Ángel Madueño se pasa la gran mayoría del concierto tocando el bajo de espaldas a nosotros, algo que haría sudar a cualquier experto en escenografía, Pedro Ruíz toca la guitarra completamente ladeado y Álvaro Medina, el único que mira al público, no pretende ni de lejos interpelarlo.
¿Es eso algo malo? La verdad es que, para una banda como Viva Belgrado no lo es, en absoluto. Les da una personalidad muy fiel al tipo de música que hacen: emocional y reflexiva. Es posible que pueda ser un defecto para alguien ajeno a la banda cordobesa, porque no presentan un espectáculo nada vistoso, pero, sorprendentemente, el concierto no para de mejorar.


Se suceden canciones de su último LP, Bellavista, como Vicios o Shibari Emocional, su single Un Relato y Erida y Annapurnas, de su álbum Ulises, de 2016. Todas bien recibidas por un público que había hecho los deberes, pero que distan mucho de ser las canciones más populares de la banda cordobesa. La sala dos del Apolo es un local mediano muy acogedor, pero, en lo personal, no me acaba de gustar para conciertos, sobre todo por el tamaño de su escenario y cómo están situadas las luces. No obstante, el sonido del concierto era contundente, con el pequeño inconveniente de que no se oía bien la voz en las primeras filas, algo habitual en salas pequeñas y en directos de este tipo.
El concierto prosigue y cada vez va a mejor, con algunos temas destacados que encienden al público. Canciones como Transatlántica, Una Soga, Bellavista y Cerecita Blues golpean fuerte en la presentación del álbum en Barcelona. Empiezan a abrirse pogos entre el público y el «crowdsurfing» es abundante. Se respira un ambiente muy bonito, una atmósfera de concierto prepandémico que se vuelve a vivir con toda la intensidad, como si no se fuera a repetir.


Llega el ecuador del concierto mientras siguen intercalando temas sin parar y sin pronunciar prácticamente ni una sola palabra. Lo único que mis oídos pudieron escuchar fue un «moltes gràcies». Canciones antiguas como Báltica, De Carne y Flor, Por la Mañana Temprano o Osario, abundan en la «setlist» para mi sorpresa. Da la impresión de que Viva Belgrado se han tomado este concierto como un vehículo para tocar algunas canciones que en otro momento no tocarían y obviar temas que en otro momento no obviarían. Ni rastro de algunas canciones tan extremadamente populares como Guillotinas o Más Triste que Shinji Ikari, para desesperación de un servidor, pero, la verdad, es que tampoco supuso una gran decepción, por que los asistentes me contagiaban su energía. Tanto, que consiguieron que dejara la cámara a cargo de un amigo para poder entrar en los «mosh pits» que me rodeaban, en especial en Pena Sobre Pena, una canción que es una absoluta bomba en vivo.
Sin palabras ni concesiones, Viva Belgrado tienen a su público en el bolsillo. Llegan, tocan sus canciones, gritan, exorcizan sus demonios y se van, dejando sus instrumentos en el escenario, sin tirar púas ni saludar a los asistentes, como si hubieran venido a desahogarse en su sala de ensayo. Definitivamente, son 4 hombres que están hechos para crear música.