Fuente: redes sociales de Coque Malla.
El cierre de gira de Coque Malla en la sala Razzmatazz el pasado 29 de diciembre fue un altar a la música en directo a la altura de muy pocos en este país.
«Hoy voy a empezar a construir la casa donde estaré para toda la vida.» Así arrancaba Berlín, el primer éxito de Coque Malla (Madrid, 1969) en solitario por aquel lejano 2009. En su día, un decidido deseo lanzado al viento a ritmo de vals; el pasado 29 de diciembre de 2022 en la Razzmatazz, una constatación absoluta
Una sala a reventar con un gran ojo azul apuntándonos; ahí aguardábamos el arranque del final de la gira de más de 3 años, El último viaje del astronauta gigante, del señor Malla. Primeros acordes de Space Oddity y los aplausos y nervios del público ya vaticinaron la gran noche que nos esperaba en la ciudad condal. La banda aparece y Coque, armado con su Telecaster, lanza ese inconfundible mi mayor: La mujer sin llave.
La energía musical que llega desde el escenario no es normal para un primer tema, aquí no hay periodo de adaptación: rock, show y garra desde el minuto 0. Cae el primer tema y «1, 2, 3 y» arranca Solo queda música, un escalón más de energía con su ritmo alto y sus sonidos psicodélicos desde el teclado de David Lads. Coque, sus bailes y su banda ya han conseguido lo más difícil; tienen el público en el bolsillo. Y entonces, entran los 4 vientos para Escúchame, temazo soul donde el Coque showman hace su primera gran aparición gracias a esos movimientos que, aspirando a Michael Jackson, pasan por Fred Astaire y Mick Jagger sin dejar de ser nunca Coque. El gran trabajo de luces hace el resto.
Tras unos primeros agradecimientos y la promesa de una gran noche, la banda nos regala Este es el momento (canción ganadora del Goya por la película Campeones) y Extraterrestre, el público bailamos (o lo que sea que nos permita el reducido espacio personal…) y cantamos sin saber que seguía la primera puñalada directa al pecho. La Carta hace su aparición y nos noquea con su recitado desde las vísceras del madrileño.
Por suerte, para salvarnos, llega La Señal, seguida de un «oooooh…» generalizado. La melodía de su estribillo nos traen el momento tierno del concierto, continuada con la más que mítica No puedo vivir sin ti, en la que Coque, consciente de la comunión que consigue la canción (nadie domina los tempos de un escenario como él), pide a la banda dos vueltas más al estribillo. Están en estado de gracia, lo saben y nos lo dan todo.
Demasiada ternura, que entre Todo el mundo arde. Psicodelia, rock descarnado y, por fin, el Coque actor. Recital de baile, interpretación muda, sombrero de ala ancha y confeti final. Se gusta tanto… Le llega el turno a un hitazo, Me dejó marchar. Pocas cosas quedan por decir de esta catedral de balada; si su instrumental es una de las mejores de la historia nacional, la catarsis que es su estribillo final no se le queda atrás. Historia, ahí delante de nosotros en Razzmatazz.
Había que dejarnos respirar, Coque presenta la siguiente pidiéndonos que le hagamos hueco, que es jovencita y a él le encanta: Una sola vez. Los vientos y el piano destacan en tempus fugit de aires latinos. Tras la última vez (o no) que el madrileño nos habla de su archienemigo Benito, se sienta en la banqueta y empieza a construir la casa donde estará para toda la vida. Berlín llena la sala de intimidad y honestidad musical. La mirada de Coque evidencia lo conectado que está con aquel intangible tan suyo y nuestras lágrimas evidencian lo conectados con estamos con él. Le siguen el increíble vals circense El último hombre en la Tierra (mi favorita personal); Termonuclear, la grandísima sorpresa de la noche que demuestra lo buenísima que es la banda; y Hace tiempo, la ranchera con momentazo a capella que un señor pasado de etanol se encargó de destrozar.
Con todos ustedes, LOS RONALDOS. No podía acabar su gira de repaso de su carrera sin la vuelta al grupo que lo vio nacer. Adiós, papá; Guárdalo y Por las noches traen el rock más macarra (y los años de adolescencia a la mayoría del público presente) sin perder el buen hacer musical del show.
La honesta Hasta el final marca (obviamente) el final del concierto. Tengo apuntado por mis desordenadas notas algo así como «clave del concierto y de Coque» y sí, por supuesto. Sin ser un gran virtuoso en nada, Coque es el mejor. Es el mejor porque se planta delante de su público y es honesto con él. Nada más. Y así es Hasta el final. Y así se despide de nosotros. Aunque, bueno, obviamente, no.
Como la enorme diva que es, Coque se hace de rogar en su vuelta, pero Barcelona es mucha Barcelona y la banda vuelve al completo para regalarnos la luz de El árbol. Pop rock de altísimo nivel con un «y yo soy feliz» que resuena en la sonrisa cómplice del madrileño alargando de nuevo la rueda instrumental final como solo se hace en las grandes noches. Somos felices y nos despedimos con Un lazo rojo, un agujero; la máxima expresión de celebración posible. Un funk en el que la banda se muestra en su punto más álgido, los vientos brillan como nunca antes y Coque es todos los Coques a la vez. Canta, toca, baila grita, salta, se divierte y es el mejor una vez más.

Se despiden y se van. Salimos al frío de la noche barcelonesa y «hoy voy a empezar a construir la casa donde estaré para toda la vida.» Desde ese 2009 donde quiso por fin volver a empezar, Coque ha ido construyendo su casa ladrillo a ladrillo, disco a disco, canción a canción hasta el pasado 29 de diciembre en Razzmatazz. Lo que no sabíamos (y a lo mejor él tampoco —aunque creo que sí) es que esa casa no era solo para él. Ahí cabíamos todos. Porque así es como se siente uno asistiendo a un concierto de Coque, yendo a casa. Una casa llena de rock & roll, espectáculo, honestidad, ternura, soul y elegancia. Pero casa.