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[Especial] UN VIAJE A ‘1999’ – LOVE OF LESBIAN

La primera vez que me rompieron el corazón tenía 15 años. Estuve una semana llorando sin salir de la cama; apenas comía, no quería hablar con nadie y era incapaz de escuchar música porque todas las canciones me recordaban a él. Un día una amiga, cansada de mi dramatismo adolescente, me dijo que necesitaba terapia de exposición y me obligó a escuchar el disco favorito del chico en cuestión sin interrupciones. 14 canciones (que se tradujeron en una hora entera sollozando como una magdalena) después, seguía con el corazón hecho añicos, pero ya no me sentía sola.

El pasado 24 de marzo ese disco cumplió años; una década ha pasado ya desde que Love of Lesbian lanzó su sexto álbum, 1999 (o cómo generar incendios de nieve con una lupa enfocando a la luna), y cada vez que lo escucho lo vivo como si fuese la primera.

Es posible que mi opinión esté algo sesgada por el vínculo emocional tan fuerte que tengo con él, pero para mí es uno de los mejores discos hasta la fecha, tanto del grupo como del panorama del indie-pop español. Equilibrado, bien cohesionado y emotivo, Santi Balmes y su banda consiguieron construir una de sus obras más maduras, quizá superada sólo por El poeta Halley, un lanzamiento posterior.

A pesar de que el vocalista barcelonés concibiese 1999 como un álbum de fotos, yo siempre lo he visto más como una película. Ayudaron los videoclips, hechos por Lyona, que ponen imagen al hilo conductor del disco; Carlos y Marina, una pareja veinteañera, cuentan, cada uno desde su perspectiva, cómo vivieron el año que duró su relación, la ruptura y el proceso de duelo.

La estructura narrativa está claramente marcada: la primera canción, Allí donde solíamos gritar, funciona como prólogo y la última, “009. Voy a romper las ventanas como epílogo. Entre medias se nos presentan 12 temas que, poquito a poco, nos van sumergiendo en la historia. La magia del disco radica en que, sin saber muy bien por qué, cuando llegas a Incendios de nieveno sabes si tienes ganas de tirarte en el suelo mientras te cuestionas el sentido de la vida o de salir de bares a darlo todo hasta el amanecer.

Como cualquier relación de pareja, el disco pasa por distintas etapas. Está la etapa del éxtasis y las mariposas en el estómago, que queda retratada en Club de fans de John Boy, Las malas lenguas y Algunas plantas. En ellas se distingue el amor puro que nos invade durante los primeros meses de noviazgo, esos en los que se juran “para siempres” y los defectos de la otra persona apenas se hacen notar. Cuestiones de familia y El ectoplasta son el puente que conecta la etapa anterior con la ruptura. Esta es la fase de la decadencia, aquella en la que todo lo que antes era irrelevante empieza a convertirse en una carga. A partir de Segundo asalto el telón empieza a bajar y con él el ánimo y el ritmo de las canciones. Tal y como dicen en 1999, la canción que da nombre al disco y una de las más duras de su repertorio, “ya no hay ganas de seguir el show ni de continuar fingiendo, sólo quiero ser espectador”. Una flecha envenenada que da de lleno en el pecho, vaya. Con Miau (la única canción cuya letra es mejorable) comienzan los créditos y las despedidas que culminan con la retrospectiva de la relación.

Todo esto, junto con la gran variedad de ritmos que tiene el disco y lo sinceras que son las letras, hacen de él una auténtica obra maestra de la música española. Es cierto que a nivel conceptual es un tanto “básico”, pero quizás eso sea parte de su encanto. Es como tener a un amigo que con solo decirte “estoy contigo” hace que sientas que, tal vez, la vida no sea tan mala después de todo.

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