Reflexiones

Lupa Al Estribillo (I): Los Pegadizos – con El Kanka y ‘Me alegra la vista’-

Define nuestro amado diccionario de la RAE la palabra estribillo como (cito): «Expresión o cláusula en verso, que se repite después de cada estrofa en algunas composiciones líricas que a veces también empiezan con ella.» De esta definición ciertamente alejada de la que nos atañe (por lo de revista musical), me interesa destacar el que se repite después de cada estrofa.

Veamos, entonces: el estribillo, por tanto, es la parte de la canción que se repite (eliminemos lo de después de cada estrofa porque nada más lejos de la realidad.) SE REPITE; con lo cual, debe llevar tanto el mensaje como (especialmente) la emoción del tema. Dicho de otra forma, el estribillo es ese cachito de tema en el que nuestras neuronas se retozan como si de potros salvajes se tratara durante días, es ese momento exacto en el que -mirando de reojo a nuestros fieles compañeros de farra- lo damos absolutamente todo desgañitándonos y perdiendo la cuenta de la cantidad de endorfinas segregadas. Es también ese suave desliz de aire que casi se escapa de entre nuestros dientes repentinamente y sin explicación en la soleada pero fría mañana de un domingo otoñal, y es el ínfimo pero reconfortante roce de calor que sentimos en el pecho acompañando a la imagen de una noche de verano en la playa. El estribillo es, en definitiva, el corazón de la canción.

Luego, no es de extrañar que músicos de todas las índoles se dejen el alma, los sesos y los huesos en busca del estribillo perfecto, capaz de provocar todas y cada una de las emociones que antes he relatado como mínimo a una persona de este planeta. Sesudas estudiosas de la música, preparados compositores, experimentadas cantautoras y profesionalísimos productores han dejado correr océanos de tintas escribiendo y reescribiendo acordes, melodías y letras en busca de la quimera de EL estribillo.

Y de repente, aparece en 2013 un chavalín con acento malagueño, rechonchete y oculto tras unas enmarañadas melenas y barbas que, con solo una guitarra española entre los brazos, consigue crear, uno tras otro, estribillos increíbles. Y de repente, aparece El Kanka.

Con una naturalidad rozando lo insólito, como quien toca en la terraza de su propia casa durante la sobremesa (hecho que sospechamos como bastante cierto), Juan Gómez Canca irrumpió en la escena ¿indie? nacional con Lo mal que estoy y lo poco que me quejo, un disco con ciertos aires de cantautor pero con propuestas que estaban mucho más allá de eso: jugueteos con sonidos latinos, métricas literalmente poéticas, ironía desbordante llegando a la parodia en la mayoría de canciones e, incluso, pequeñas internadas en sonidos setenteros. Todo ello, bañado en un ligero aroma andaluz imprescindible para crear un LP fresco que aúna los gustos añejos más personales de su autor para sonar sorprendentemente innovador.

La carrera del malagueño, lejos de complicarse buscando inhóspitas sonoridades, ha seguido el camino planteado en el primer álbum y, tanto en El día de suerte de Juan Gómez como en De pana y rubí y en El arte de saltar, ha continuado mezclando en todas las canciones el humor, raíces andaluzas y colores sudamericanos (entre otros) ya convertidos en marca de la casa.

Pero el nexo común de toda la obra de El Kanka y su éxito real no consiste solo en ese maridaje sonoro; sino en sus estribillos. La explosión de esponjosidad en la voz de Juan, la bailabilidad corretea de los ritmos, la sonrisilla que provocan las preciosas melodías inolvidables, la musicalidad precisa de la rima y la reconfortante cercanía de las letras conforman la quimera de la que hemos hablado al principio de esta redacción: el estribillo pegadizo perfecto.

El Kanka con la banda completa en el Teatre Auditori de Granollers el pasado viernes 2 de octubre.

Canela en rama, Qué bello es vivir, A dieta de dietas, Volar, Querría (que recientemente vuelve a estar de moda), Para quedarte, Por tu olor, Sí que puedes, Payaso… Todas ellas, canciones tremendas con estribillos imposibles de olvidar con personalidad y color propio. Podría haberme basado en cualquiera de estos para analizar el quid de la genialidad kankiana pero es que hay uno por el que siento especial debilidad…

Casi a mitad del segundo disco, El día de suerte de Juan Gómez, empieza a sonar en nuestros oídos Me alegra la vista. Arranca el tema una acústica seca a la que en seguida se le suma un patrón rítmico a dúo beatbox-cajón flamenco. Groove a más no poder. Ya no controlamos el movimiento de nuestra cabeza. Estamos rozando el hip hop-blues-funk (¿un poco John Mayer?). PARÓN. Harmónico. El resto de la banda entra, el sonido mestizo de El Kanka aflora, ahá ahá, los acordes ascienden hacia el abismo del tema…, ey que no, aún no, una vueltita más de intro Fa y Sol, otro ahá ahá, 5 marcas rítmicas, un toque de crash y…bum.

El Kanka y la corista irrumpen en escena bailando una armonía de voces entrelazadas que descendienden en una figura rítmica constante (ahí está la clave) como cayendo sin paracaídas entre un ritmo asincopado y el sencillísimo mapa sonoro Fa-Sol de la intro. Una letra cotidiana temática sobre cómo la amada altera cada uno de los 5 sentidos compuesta de 7 versos hexasílabos con rima consonante (vuelta repentina a la ESO que nadie pidió en este párrafo) acaba de perfilar un cachito de música de 9 segundos simplemente maravillosos.

“Me alegra la vista
seguirle la pista.
Me cura el oído
oír su ruido.
Me llama el olfato
a seguir sus zapatos
y me invita el tacto.”

En definitiva, un estribillo extremadamente buenrollero, brillante, esponjoso, alegre y, por encima de todo, pegadizo. Porque está ideado para serlo. Y bendito sea. Aunque, en vez de leer mi análisis, mejor será que escuchéis la canción; las cosas como son. Aquí abajo os la dejo.

La cuestión es que nuestro amigo Juan Gómez sabe lo que se trae entre manos y, no solo es que empiece el tema con el estribillo, sino que empieza con el estribillo dos veces. Y no solo eso, sino que cada vez que suena el estribillo, suena dos veces. Finalmente, acabamos escuchando estos siete versos un total de 8 ocasiones. ¿El resultado?, os lo digo yo de primera mano, la maldita melodía enganchada a las paredes de tus neuronas durante días; placentero castigo.

En conclusión, que, casi sin querer, El Kanka armó un estribillo prácticamente perfecto que es seguro la envidia (sana, sana, siempre sana…) de miles de artistas y que, a mi parecer, es tan estandarte de lo que es un estribillo pegadizo (que, en realidad, es como decir lo que debería ser un estribillo) que merecía un análisis como este.

Esto es todo, espero que este escrito os sirva para descubrir/redescubrir/ volver a escuchar/ valorar a El Kanka, que el tipo es muy bueno. La semana que viene, la segunda entrega de Lupa al estribillo con… no, mejor no lo desvelo; pero yo iría escuchando los ruidos de fondo de la vida, que luego nos pilla siempre el toro.

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