I’m sorry, Paul. I’m so sorry
Así finaliza la hora y media más agónica que un servidor ha vivido nunca delante de su televisor. Tras 90 minutos de tensión, miedo, nervios y toneladas de ansiedad; a mi cuerpo aún le faltaba recibir el mayor impacto.
Cierre de plano, pantalla en negro absoluto, el sonido del DVD aún girando y de repente, un banjo. La fragilidad de una melodía tremendamente inocente decide sumarse a las 4 cuerdas metálicas y descolocar aún más una estabilidad mental que ya hacía minutos había dejado de ser tal.
Buried (Enterrado en España) es la película de la que estoy hablando e In the lap of the mountain, esa canción que la cierra empeorándote el terrible cuerpo que ya te deja de por sí el propio film. Sin embargo, no he traído esta canción a La Musikalité por motivos psicológicos (que no me faltan); la he traído por la historia que hay tras ella y su gestación, que bien merecería ser llevada a la gran pantalla por el propio director de Buried, Rodrigo Cortés, nuestro protagonista de hoy.

Nuestra historia se inserta alrededor de la primera mitad de 2010. Película grabada, Rodrigo trabajaba por entonces codo con codo con el músico compositor de BSO’s, Víctor Reyes, salmantino también, colaborador inseparable y amigo personal. Andaban ambos cerrando el apartado musical del film con toda la banda sonora grabada y en la búsqueda del tema que cerrara el largometraje (que se sentía ya como algo con una magia especial).
Así define el director el aura musical que buscaban para esa canción final: Naive o ligera que hablara, precisamente, de un mundo opuesto a aquel que habíamos vivido. El objetivo estaba, por tanto, bien claro: el contraste más total entre la emoción de la película y la del tema que la cerrara. Una canción se erigió, entonces, delante de ellos cual anagnórisis euripídica.
Beyond the Horizon de la eternamente quebrada garganta de Bob Dylan en su LP Modern Times (2006) era la elegida. Un paisaje idílico más allá del horizonte se dibujaba a ritmo de swing en esta pieza escogida para resolver la angustiante situación de Paul Conroy (interpretado por Ryan Reynolds). Cortés se encargó de pedir el coste de los derechos del tema del cantautor de Minesota. Hasta esperar la respuesta económica, solo cabía esperar. La tarea, a menos de 48 horas de la fecha límite, parecía bien empaquetada. Nada más lejos de la realidad.
El director, sin acabar de tenerlas todas consigo mientras aguardaba el presupuesto, decidió dejar caer 4 versos a medio canturrear sobre una servilleta de papel. Cómo agradecería este acto en un futuro no excesivamente lejano…
Buenas noticias. La discográfica envió su oferta. Económicamente asumible. ¿Aventura finalizada? Por supuesto que no. Como si del mismísimo Tántalo se tratara, un pequeño detalle separaba a Cortés del poder respirar completamente tranquilo. El contrato de la discográfica se había hecho de forma no-oficial, faltaba así la última confirmación oficial para poder formalizarse y solo faltaban 2 días para cerrar la primera mezcla de la BSO y para que se acabara el alquiler del estudio de grabación. La estrategia de la discográfica era obvia: hacerles esperar hasta el último minuto y, entonces, teniendo al equipo desesperado, subir precio. El dúo salmantino, consciente del infierno que empezaba a dibujarse, empezó una segunda búsqueda: la búsqueda de alternativas.
La propia Beyond the Horizon les marcó el primer paso a seguir. Dylan cita en su tema la siguiente canción a la que el dúo Reyes-Cortés, ya algo más inquieto, echaría el ojo para concluir su película: Beyond the blue horizon, nada más y nada menos que del año 1930. Sin embargo, iban a optar por una versión posterior que el músico Lou Christie había grabado para la película Rain Man (1988). Una versión que, asegurado por el mismo Rodrigo Cortés, interesaba por la magia de su particular aire hortera llevado al extremo que no hace más que crecer hasta hacernos confundir la frontera entre ironía y seriedad. La nueva meta estaba clara; lástima que el resultado no fuera a ser diferente.
Con la muerte en los talones, el equipo contactó directamente con Lou Christie, quien no dudó en aceptar y ceder los derechos del tema. Ahora sí que parecía acabar lo que ya podía tildarse como odisea. Sin embargo, como buena odisea, aún le quedaban varios obstáculos que superar. Lo que Christie les ofreció no era la totalidad de los derechos de Beyond the blue horizon; sino que, al tratarse de una versión, él solo tenía la potestad de entregarles la parte perteneciente a las modificaciones de la versión.
La otra mitad de los derechos no podía estar en peores manos. Ni en loñqs más terribles pesadillas del director se hubiera podido plantear la situación que se planteó en sus narices a menos de 24 horas para la fecha de entrega: el resto de derechos del tema de Lou Christie pertenecían a la misma discográfica que poseía los del tema de Dylan. El infierno ya no se les empezaba a dibujar; más bien, sus llamas estaban a punto de prender fuego al proyecto Buried entero. Había que hacer algo.

En la última pausa del café del penúltimo día antes del fin del (mundo) plazo, Víctor Reyes y Rodrigo Cortés arrancaron ya a la desesperada el tercer y último intento de búsqueda de canción final. Justo ahí, Cortés recordó la servilleta. La sacó del cuaderno de notas e (imagino yo) que, como el monaguillo nervioso por su primera misa, entonó nuestro protagonista los siguientes versos, germen de la (¿ahora sí?) canción definitiva:
«In the lap of the mountain,
so far and wide,
down by the river,
love is waiting for us«
Víctor Reyes, tras haber grabado los 4 versos en su teléfono móvil, lo vio claro: ¡Lo tenemos!. Efectivamente, lo tenían.
Menos de un día. Un tema entero por crear. Solo 4 versos en una nota de voz. Menos de 24 horas. Tic. Tac.
Continuará…